Elegí la vida viajera (y no imagino otra)

Siempre hay muchas preguntas al respecto. Hay diversidad de gustos. Yo escogí una vida más movida. Y no por eso decidí convertirme en piloto. Esa es otra historia. El ser piloto es una pasión que se lleva en el alma que nada tiene que ver con viajar por el mundo (aunque existan unos que se volvieron pilotos porque se conocen muchos lugares, mas no por pasión) Hay personas que sueñan con tener una casa grande, con techos altos, hijos, matrimonio, carros, una rutina estable, una vida más organizada y más predecible. Yo soñaba con tener un pasaporte lleno de sellos, maletas a medio empacar y una lista interminable de lugares por descubrir. Elegí esta vida porque me hace sentir viva. Porque no hay nada que me conecte más conmigo misma que perderme en un lugar donde no entiendo el idioma, no conozco a nadie y todo es nuevo. En cada viaje hay una parte de mí que se despierta, que va cambiando con cada viaje, que me recuerda por qué estoy aquí. 

Y si, lo admito, amo los aeropuertos. En los aeropuertos veo belleza entre tanto afán y veo los abrazos de despedida más sinceros del mundo. Amo el sonido de las maletas rodando, amo los tags de las maletas, el anuncio de los vuelos, el estrés que genera el peso de las maletas me llena de adrenalina. Amo esa mezcla de emociones que tengo cuando vamos a despegar. Amo observar a la gente, quien se despide, quien regresa, quien va detrás de una aventura. Para muchos los aeropuertos son un caos. Para mí son puntos de partida. Son portales, son la promesa de que algo está por comenzar. Y pocas cosas me hacen más feliz que mirar por la ventana del avión antes de despegar y decir: allá vamos, espero que todo salga bien. 

Viajar no es solo mover el cuerpo de un lugar a otro. Es cuestionarte, adaptarte y dejarte sorprender. He elegido esta vida porque me reta, porque me rompe esquemas, porque me muestra todo lo que no sabía. Y también porque me devuelve la capacidad de asombro una y otra vez. Viajar me ha enseñado que no siempre se trata de llegar rápido a un lugar o de tener un itinerario perfecto. A veces lo mejor está en las demoras, en las conversaciones inesperadas en las calles por las que no se planeaba pasar, en amigos que te haces en el aeropuerto. Es ahí donde nacen las historias que guardas para siempre. Y esa es la razón por la que, cada vez que escucho el sonido de un avión cuando voy de viaje, mi corazón late más rápido: porque sé que, en algún lugar del mundo, una nueva aventura me espera. Siempre dije que no quería quedarme siendo un punto en el mapa, sino quería expandirme con cada paso que diera, no solo viajando, sino también en lo personal. La idea de que el mundo puede transformarse me parece fascinante. 

Claro que a veces me canso, extraño mi casa, mi almohada o simplemente el silencio y la soledad, pero no cambiaría mi forma de vivir por nada. Porque incluso en días difíciles sigo eligiendo la libertad de no saber con certeza dónde estaré el siguiente mes y mientras haya un aeropuerto, una maleta y un destino que recorrer yo seguiré en movimiento porque ahí entre despegues y aterrizajes encontré mi lugar en el mundo. 

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