Bitácora de viaje desde Tokio hasta las ballenas de Okinawa, parte 1:
Un viaje que se quedó en mi corazón
Japón es un país que supera cualquier expectativa. Desde el momento en que pones un pie allí, sientes una mezcla de orden, respeto, tradición y modernidad que te envuelve. Cada ciudad tiene su propio encanto y personalidad, pero todas comparten algo en común: la hospitalidad de su gente y una atención al detalle que parece casi mágica.
Mi viaje comenzó en Bogotá, desde donde tomé un vuelo hacia Washington por Avianca. Una vez allí, después de 3 horas de escala, abordé mi vuelo hacia Haneda con la aerolínea All Nippon Airways y desde el primer minuto a bordo ya se podía sentir la esencia de la cultura japonesa: la amabilidad de las auxiliares de vuelo, la delicadeza en cada gesto y hasta la forma en que servían la comida. Era como si, sin haber aterrizado aún, Japón ya me estuviera dando la bienvenida. Fueron muchas horas de viaje, pero cada minuto valía la pena y me iba acercando a ese sueño que tenía desde hace mucho: ir al otro lado del mundo, en especial a Japón. Cuando aterrizamos sentía un cosquilleo en el estómago, esa mezcla entre emoción pura y un poco de ansiedad por lo que me esperaba. El jet lag ya empezaba a hacerse sentir, mi cuerpo estaba confundido, pero mi mente estaba más despierta que nunca. Me bajé del avión y mientras avanzaba por el pasillo del aeropuerto hacia inmigración, lo primero que vi fue la presencia de esos carteles lleno de letras y símbolos que eran como un arte difícil de comprender. Eran un recordatorio constante de que estaba muy, muy lejos de casa. A pesar del cansancio, no pude dejar de sonreír. Había llegado.
Durante mi viaje, tuve la oportunidad de visitar Tokio, Osaka, Kioto y Okinawa, entre otras ciudades, y cada una me regaló momentos únicos. Tokio me sorprendió con su energía inagotable y su capacidad de mezclar rascacielos futuristas con templos antiguos. Osaka, vibrante y deliciosa, fue un paraíso gastronómico que me robó más de una sonrisa. Kioto, con sus templos, jardines y geishas, me hizo sentir que había viajado en el tiempo. Y Okinawa… simplemente inolvidable: nadar con ballenas en el momento menos esperado fue una experiencia que marcó mi viaje para siempre.
Pensaba en planear este viaje paso a paso, pero terminó siendo el viaje más espontáneo que he hecho en mi vida. Japón fue así, tal cual. Un país que me abrazó sin hacer ruido y me enseñó que la belleza está en los detalles, en la puntualidad del tren, en los saludos suaves, en la reverencia que hacen cada vez que uno compra en una tienda, en el silencio que lo dice todo.
Tuve la oportunidad de visitar Shimizu, Okinawa, Kioto, Osaka, Nagoya y Nagasaki, lugares que me dejaron recuerdos inolvidables. En otros posts les compartiré más experiencias de estos destinos para que puedan descubrir su magia y encanto. Por ahora empezaremos por Tokio.

Mi primera parada fue Tokio y fue la contradicción perfecta. Una locura hermosa de luces, sonidos, estaciones de metro interminables y rincones de calma inesperada. Tokio se convirtió en ese lugar lleno de caos pero que te da paz. El metro de Tokio en hora pico es la peor pesadilla que a cualquiera le puede pasar, sin embargo, a pesar de la cantidad de personas que hay a lado y lado, hay un silencio que hace que el trayecto sea suavemente llevadero. Se empujan, se acomodan pegados unos a los otros, pero todo mantiene su relativa calma. Van tan pegados en el metro que no es necesario agarrar una barra para sostenerse porque el del lado de carga fácilmente. Incluso hasta para eso, son tan organizados que saben perfectamente que por ser tan caótico el metro, ninguno lleva maletas de hombros puestas porque saben que eso le puede quitar espacio para que una persona más suba al metro.
Me perdí en barrios como Shimokitazawa y Yanaka y fue ahí entre esos cafés escondidos y tienditas de segunda mano, donde entendí que en Tokio también hay lugares donde tienes pausa, porque, aunque no lo parezca, Tokio es una ciudad que va muy rápido, tan rápido que no te da tiempo de procesar tanto caos en medio de tanto silencio. En el cruce de Shibuya, al ver cientos de personas moviéndose en direcciones distintas, entendí que el caos en Tokio parece ser coreografiado.
Y si hablamos de Tokio no puedo dejar de mencionar su comida, que, para mí, es sin duda, una de las mejores del mundo. Desde los sabores más tradicionales hasta las presentaciones más lujosas. Cada plato era una experiencia en sí misma. Incluso tuve la oportunidad de vivir un sushi experience donde pude probar piezas fresquísimas y preparadas frente a mí, una de esas experiencias que se queda grabada para siempre.
Recorrí Japón a bordo de un crucero de 15 días, cosa que se me hizo sencillo de manejar, ya que moverse con maletas en tren y entre ciudades es bastante incomodo empezando porque las compras en Japón no se pueden obviar, así que poco a poco las maletas se van llenando.
Hablar de Japón en una sola entrada de blog es casi imposible. El país es un universo en sí mismo, lleno de matices, contrastes y detalles que merecen su propio espacio. Cada ciudad tiene su propia esencia, su propio ritmo. Por eso, esta será solo una introducción a mi experiencia general y en próximas entradas les iré contando con más detalle y con calma lo que viví en cada una de las ciudades a las que fui y todo lo que las hace únicas.