No todos los viajes están hechos para pasarla bien
Sí y por lo general un viaje puede llegar a ser de las cosas más estresantes si no se intenta hacerlo lo más liviano posible. Y cuando hablo de liviano eso también incluye las maletas. Viajar se ha vuelto sinónimo de felicidad. Las redes sociales están llenas de paisajes perfectos, de poses perfectas y frases súper inspiradoras sobre viajar para “encontrarse con uno mismo” pero lo que casi nadie cuenta es que no en todos los viajes se pasa bien ni tampoco se encuentra uno mismo. A veces el cuerpo se agota, a veces el alma también se abruma con tanto.
Me he enfermado lejos de casa, sin un sistema de salud conocido así sea malo y el cuerpo en momentos como esos no responde y tiende a empeorar. Me han trasladado en ambulancia mientras trataba de convencerme a mí misma que todo iba a estar bien. Y lloraba. Lloraba del miedo y de la impotencia de sentirme frágil cuando se suponía que iba a estar feliz con la ilusión de una aventura nueva. Me he caído, me he lesionado, me han atracado de la manera más horrible que me ha pasado en el país menos esperado, he vivido huracanes, climas horribles en donde no me puedo mover de la habitación. Frío, calor sofocante y lo peor, esa sensación de que el clima no entiende de ilusiones, es complicada. He dado con gente racista, cruel, hostil, asediadora, donde no solo no me sentí bienvenida sino señalada. He sentido miedo, me han gritado cosas horribles en los metros, he caminado rápido, con mi celular en la mano y la ubicación en vivo activada. Y tristemente debo decir que hay ciertas zonas del mundo en donde el turismo no es como nosotros lo vemos. Es algo que va más allá de un simple viaje. Y en especial para las mujeres. He dado con organizaciones anti-turistas que no están de acuerdo con que uno haga turismo en su país (cosa que me parece ridícula) aunque no dejaba de pensar si al viajar realmente estamos explorando lo que otros sienten como invadido, pero sigue siendo exagerado. He dado con ciudades sucias, cero salubres, con comida dañada y un sin fin de situaciones que ni siquiera lo histórico e imponente me conmovía. He pasado días en los que solo quería volver. Por el país, por el lugar, por la gente, porque había algo en mí que no me estaba haciendo sentir cómoda.

He visitado 55 países alrededor del mundo y he tenido la fortuna de haber estado en lugares hermosos, coloridos, con el clima más perfecto que se puedan imaginar, pero sintiéndome completamente fuera de lugar. He caminado por calles nuevas con los pies cansados y en mi cabeza con muchas dudas. He visto con dolor las condiciones de vida de algunos de los países que visito y te cambia la perspectiva que tienes del tuyo. Porque debo decirlo, aprendí a valorar mi país viendo situaciones que ni se ven en países como el mío. Viajar te aterriza y te hace ver un lado que ninguna foto de Instagram de un paisaje te muestra. Mil veces he extrañado mi casa, aunque estuviera cumpliendo un sueño.
No todos los viajes son de postal. Algunos viven en silencio y son difíciles de digerir, como si algo dentro de ti también estuviera intentando entender qué sigue o quién eres ahora. Algo que tengo claro: viajar no cura ni hace que olvides. Los viajes son reveladores y confrontan versiones de uno que ni yo sabía que tenía. No todos los viajes tienen que ser memorables por lo bonitos. Algunos quedan marcados precisamente, por lo contrario, por lo duro que fue sobre vivirlos porque ustedes no se alcanzan a imaginar las condiciones que hay alrededor de una foto dependiendo del lugar y del país.
Hay viajes que no son destinos sino tristemente batallas. Son retos. Llamados de atención. Puertas que te abren los ojos y los llenan de lágrimas y eso, aunque nadie lo suba a Instagram, también hace parte de la experiencia.
Y está bien
Aprendí que no tengo que hacer que todo valga la pena a la fuerza. Que está bien no disfrutar cada momento y que muchas veces la tristeza no anula la belleza del lugar, sino que simplemente es una manera diferente de vivirlo.